viernes, 23 de septiembre de 2011

La dieta más equilibrada

No existe una única dieta que podamos llamar equilibrada y que funcione para todo el mundo. Incluso hablando de alimentos concretos, un alimento puede ser muy beneficioso para una persona,  pero un  auténtico veneno para otra (el trigo para los celíacos es un claro ejemplo de esto).

Cada uno de nosotros tenemos que aprender a interpretar las constantes señales que nuestro organismo nos manda y actuar en consecuencia.
 Es decir, si yo creo que llevo una dieta saludable pero voy al baño cada tres días en lugar de diariamente, que es lo que el organismo precisa para mantenerse libre de toxinas, es que algo está fallando en la forma  en la que me alimento. Si mi rutina diaria implica llevar un pañuelo siempre en la mano para secarme la nariz que me gotea, eso indica que algo que como me afecta de forma negativa. Si a diario sufro de urgencias para evacuar, si tengo constantes o frecuentes picores de piel, si los dolores de cabeza me impiden llevar una vida normal, o si los gases me tienen martirizado casi siempre… Todo esto son señales que nuestro organismo nos envía indicándonos que algo no marcha bien y  que tenemos que iniciar un cambio en nuestros hábitos de vida que restablezca su equilibrio perdido.
Nuestro organismo quiere y necesita estar en equilibrio. Para funcionar correctamente emplea la energía y los nutrientes que le aportan los alimentos. Pero cuando lo que ingerimos dista mucho de ser considerado un verdadero alimento y se trata más bien de comida basura, nuestro organismo empieza a tener dificultades para mantener su equilibrio natural. Se inicia entonces una auténtica batalla de subsistencia por parte de nuestro cuerpo por mantener el equilibrio casi a cualquier precio, sacrificando en el intento a cada vez más funciones del mismo.
Para unos esta batalla dura mucho tiempo sin mostrar síntomas o enfermedades graves, pero para otros éstos aparecen muy pronto y su calidad de vida se ve enseguida  mermada. Asimismo, para unos el primer síntoma que aparece es determinante y de secuelas muy graves como, por ejemplo, un ictus (derrame cerebral), mientras que para otros el aviso viene en forma de una  angina de pecho que puede ser tratada o una diabetes que nos dicen nos acompañará de por vida.

El equilibrio a través de la alimentación se consigue siguiendo la lógica del sentido común: comiendo alimentos naturales, de nuestro entorno, en proporciones adecuadas, de acuerdo con el clima y la persona, debidamente cocinados y debidamente masticados.

Pero como todo el mundo sabe, el sentido común ha pasado a ser el menos común de todos los sentidos y, además de esto, los humanos hace mucho tiempo hemos perdido la capacidad instintiva que tienen todos los animales para saber los que les conviene comer para mantenerse sanos y activos.

En el mundo de hoy, muchos cambios se han producido sobre todo en los últimos años en el hecho de alimentarse, y la alimentación en sí misma se ha convertido en una industria que genera grandes beneficios y que no deja de publicitarse a todas horas y en todos los medios posibles, llegando a todo tipo de público; desde niños pequeños hasta ancianos, pasando por gente joven y adultos. Por esto mismo, hay que tener muy claro que la industria alimentaria, como cualquier otra industria del sistema de consumo en el que vivimos, tiene como meta la obtención de beneficios. Y como cualquier otra industria cada año exige del mercado y de sus propios trabajadores, que estos beneficios sean mayores.
Pero si el alimento es fuente de salud, cosa que creo que ya nadie duda, ¿cómo puede quedar en manos de empresas cuyo principal objetivo es el beneficio económico? ¿Y qué podemos hacer para evitar que nuestra salud dependa de ellos?
Lo más sencillo es abastecernos de alimentos no procesados ni empaquetados, no alterados ni manipulados, es decir, comprar los alimentos en su estado y aspecto natural como son las frutas y verduras que dan color a nuestros mercados, y las legumbres, semillas y granos enteros que sacian nuestro estómago además de aportarnos toda la gama de vitaminas, minerales, proteínas, grasas, hidratos de carbono y fibra que necesita nuestro organismo para su correcto funcionamiento.

{Capítulo aparte merecería hablar de los abonos químicos, pesticidas, herbicidas y demás productos que se emplean en el cultivo de estos alimentos. Pero aún y todo, siempre salimos ganando, tanto nutricionalmente como económicamente (una patata que empleamos para hacer un puré casero, tiene mucho menos precio que lo que equivale a una patata de una caja que contiene polvos para preparar ese “mismo” puré) comprando los productos en su estado natural, ya que los envasados y procesados habrán sido cultivados con las mismas sustancias químicas nocivas pero encima llevarán incluidos aditivos que no necesitamos para nada y que perjudican nuestra salud como conservantes, colorantes, saborizantes, antiapelmazantes, edulcorantes, sal, antioxidantes, grasas trans…  Por supuesto que, siempre que sea posible, lo aconsejado es adquirir productos con certificación de producción biológica, lo cual es bueno tanto para la salud de nuestro propio cuerpo como para la salud de nuestro propio planeta.}

Aunque popularmente muchísima gente no lo entiende así, la realidad es que tanto las frutas como las verduras, las legumbres y los granos, son hidratos de carbono. Es decir, todo lo que procede de la tierra pertenece al grupo de los carbohidratos. ¿Y qué ocurre con los carbohidratos? Pues que una de las indicaciones más comunes que se da a los diabéticos de tipo 2 es que reduzcan o incluso eviten la ingesta de alimentos de este grupo. Por su puesto que cuando se dice esto sólo se están refiriendo a lo que todo el mundo entiende por hidratos de carbono, es decir, pan, pasta, arroz… y no a los otros carbohidratos como son las verduras y legumbres sobre las cuales se recomienda su consumo o incluso se insiste en que este sea mayor.
 Pero el auténtico problema no reside en los hidratos de carbono en sí mismos, como vemos en el hecho de que unos son considerados beneficiosos  como verduras, frutas y legumbres, y otros son considerados perjudiciales como el pan, el arroz, la pasta… Sino que reside en cómo se presentan al consumo estos últimos: ¡¡REFINADOS!!. Es decir, desprovistos de una parte muy importante de los mismos: LA CÁSCARA, que es dónde se encuentra toda la fibra del grano y donde se encuentran el mayor número de vitaminas y minerales del alimento. En otras palabras, lo que realmente nuestro organismo busca con el complejo proceso de la alimentación.

Así consumidos, desprovistos de su cáscara, estos hidratos de carbono complejos, de índice glucémico bajo (de digestión lenta), se convierten en hidratos de carbono que funcionan en nuestro organismo como si de simples se tratasen, y pasan a tener un índice glucémico alto que provoca picos de insulina en la sangre. Este índice es de gran importancia para los diabéticos, ya que deben evitar las subidas rápidas de glucosa en sangre que hacen que se segregue grandes cantidades de insulina. Ante esta avalancha de insulina, las células se ven incapaces de quemar adecuadamente toda la glucosa, provocando la activación del metabolismo de las grasas y haciendo que estas se almacenen en las células del tejido adiposo, las cuales, sino se queman, nos hace convertirnos en obesos.

Por lo tanto y como conclusión, tanto los que son diabéticos como los que no lo son, deberían de hacer un gesto tan sencillo como es el de pasar de consumir harinas blancas y granos refinados, a consumirlos integrales (mucho mejor si son biológicos), y aumentar la ingesta de verduras (de tierra y mar), frutas, legumbres y semillas.

En el año 2007 las estimaciones eran que para el año en curso, 2010, la diabetes superaría a las enfermedades coronarias y al cáncer como causa principal de mortalidad debido a sus numerosas complicaciones. ¡HAGAMOS QUE ESTO NO SE CUMPLA!